lunes, 6 de marzo de 2017

LAS FLORES DEL INVIERNO


Cuenta la leyenda que un 15 de noviembre de 1853 en  Torla, situado en el Pirineo aragonés, una buena mujer de unos 32 años de edad,  llamada Adela se encontraba paseando por el monte como de costumbre, ella siempre salía a pasear, todos los días desde bien jovencita y le daba igual que lloviese o nevase, que hiciera tanto  frío que no se pudiese ni respirar o un calor abrasador,  Adela odiaba con todas sus fuerzas el invierno, la ponía triste y no le apetecía hacer nada pero no tenía excusas para llevar a cabo su ejercicio diario y este, este era un día fresco y nublado. De pronto cuando estaba bajando por un sendero que atravesaba unos frondosos árboles y  conducía a una fuente resbaló y cayó a un riachuelo que pasaba justo por aquel lugar, con tan mala suerte que quedó inconsciente al golpear con una piedra en la cabeza, nadie se lo explica porque era una mujer fuerte y nunca le había pasado nada.
Cuando despertó atolondrada no sabía lo que había pasado pero se  vio tendida sobre  una manta tejida con flores de diversos colores vivos y alegres y hojas verdes en medio de un prado, no encajaba nada, qué hacía aquello allí en pleno  Noviembre si los árboles y el resto de plantas ya habían adquirido los tonos característicos de la temporada y se habían teñido de una amplia gama de marrones y naranjas e incluso ya habían comenzado a perder sus hojas, al mirar a su alrededor no consiguió aclarar nada sus ideas, aun las enturbio más, en torno a ella correteaban pequeños animalitos como ardillas y ratoncillos y revoloteaban con alegría preciosas mariposas. -¿Me habrán traído hasta aquí ellos?-pensó  Adela en voz alta, porque claro estaba aún aturdida, pero no tanto como para esperar respuesta de unos animales. Aunque no hubiera desentonado con la situación en la que se encontraba, ella no sabía si estaba soñando  o si era real.
Se levantó poco a poco se colocó bien sus atuendos y marcho de allí con una extraña sensación entre asustada y agradecida, el cielo seguía nublado y se fue fijando por donde iba caminando porque pensó que debería volver a ese lugar algún día, aunque nunca le permitieron estudiar, era una chica muy lista.
Al llegar al pueblo le contó lo sucedido a su familia porque la estaban esperando para comer, no solía llegar tan tarde y le preguntaron qué  había pasado y por supuesto como se había hecho el escorchón en la frente, que no era muy grande pero se dejaba ver, ella se lo narró al detalle y no le hicieron mucho caso excepto en su caída porque siempre se metía por los atajos más complicados y algún día le tendría que pasar algo, pero aquella idea de las flores y los animalitos les parecía un poco descabellada y prefirieron pensar que se había ido a dar el paseo con algún amiguito que se había echado y por no contarles toda la verdad se lo invento sobre la marcha, sus padres eran muy estrictos y por eso ella aún no se había casado, le habían dicho todo lo que tenía que hacer y cómo debía de hacerlo, todo debía estar a su gusto.
Tras tres días, en los que a su piel le dio tiempo a cerrar por completo su herida, decidió volver a aquel lugar en el que apareció, se acordaba perfectamente de como regresar porque prestó mucha atención en quedarse con el camino.
Al llegar inspeccionó el lugar a fondo pero no encontró nada extraño, se acercó a unas rocas que había a un lado del prado y entre ellas divisó la manta de flores sobre la que despertó, no tenía los colores tan vivos como tres días atrás pero estaba segura de que era la misma, se sentó en una roca para asimilarlo estaba contenta de haberla encontrado, pero al cogerla un escalofrió la recorrió de pies a cabeza y se dio cuenta de que las flores habían subido un par de tonos, habían recuperado el color exacto, la forma y el brillo de cuando las vio por primera vez, se le abrieron los ojos como platos y de pronto noto sobre su hombro una mano helada y de un respingo se puso en pie y se giró a su vez, era una especie de bruja con un sombrero en pico adornado con flores en tonos morados y vestida con una combinación harapos de diversos colores entre tonos amarillentos, rosados y lilas. Adela se quedó pasmada, no sabía lo que hacer y se quedó paralizada frente a aquella mujer que aunque vestía como una bruja tenía un gesto dulce y agradable, aunque era un poco pálida, Adela se dio cuenta de que tenía las manos como de hielo, y de pronto le habló –Veo que te has recuperado rápido de tu herida, ¿estas mejor?- le pregunto con alegría la bruja. Como Adela seguía sin decir palabra prosiguió a hablar la mujer y le dijo con dulzura las siguientes palabras:

-Pequeña deberías de darte cuenta,
 La vida es un suspiro,
 No podemos permitir que el invierno
 Nos enfríe las almas,
 Nos oscurezca la vida,
 Y nos impida sentir,
 Debemos poner la alegría de la primavera nosotras,
 Que se encuentra en nuestro interior,
 Y tan solo debemos transportarla a la realidad
 Todos los días de nuestra vida,
 No dejes que te pase como a mí,
 Que el invierno acabo con mi vida,
 Por no luchar,
 Por no sentir,
 Por no creer en mí.

Adela escucho llorando en silencio sus palabras y cayó desplomada al suelo al escuchar la última palabra.
Al día siguiente un pastor que paseaba a su ganado por aquella zona la encontró sin vida, en el centro del prado, tendida sobre la manta de flores, y en su mano derecha tenia escrito con un color rojo sangre “por no luchar, por no sentir, por no creer en mí".

1 comentario:

  1. Me encanta que las leyendas hayan servido de excusa para que escribáis textos como este. Enhorabuena.

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